05 abril 2008

Una conversación sobre fotografía, semiología, cultura... y otras cosas

Mirar una fotografía ya no es lo que era. Los viejos tiempos en que creíamos que una foto era una representación objetiva de la realidad han pasado. Ahora sabemos que es bastante más que eso; que es una nueva realidad. Para analizar una fotografía determinada -y generar debate- he decidido citar en mi casa a unos cuantos especialistas en diversas materias –filósofos como Michel Foucault y Jacques Derrida; semiólogos como Roland Barthes y Mikhail Bakhtin; y etnógrafos como Stephen A. Tyler-, mostrarles la fotografía y dejarles discutir entre ellos. Esta es la transcripción parcial –y resumida- de la conversación.

Seguí.- Tras las presentaciones y, una vez explicada mi intención, antes de mostraros la fotografía, ¿cuál es vuestra percepción acerca de la imagen fotográfica en general?

Foucault.- Para mí todo es una cuestión de relaciones de poder. No podemos escapar a él. Desde el momento en que dos individuos se interrelacionan el mecanismo del poder se pone en marcha de forma que, de una u otra manera, termina materializándose en relaciones de dominación. Este mecanismo no escapa a la forma como nos relacionamos con una fotografía. Mediante ella estamos representando visualmente al otro.

Derrida.- Sí, ¿pero cuál es el trasfondo; qué hay más allá de lo implícito de la imagen? Deconstruir un texto, superar sus márgenes, es complicado. Pero aún más lo es una imagen. La hibridación textual es, muchas veces, explícita; la visual es implícita. No necesita explicarse, lo que dificulta su deconstrucción.

Foucault.- Ese es, precisamente, el motivo de mi ánimo problematizador extremo. Ahondar en lo evidente.

Barthes.- Como sabéis, lo mío son más las palabras y las imágenes que las ideas. Entiendo vuestros planteamientos; pero me interesa más la búsqueda de los significados de las cosas; socialmente compartidos para facilitar la comunicación. Vosotros sois filósofos; yo un humilde semiólogo… Lo primero que hago ante una fotografía es ver qué me transmite en relación con su contexto. ¿Por qué esa imagen para ilustrar el qué? ¿Cuál es el entorno social en que se realizó? ¿Con qué intención? ¿Cuáles son sus significados?

Tyler.- Creo, amigo Roland, que estás hablando de cultura. Y ahí, como antropólogo y etnógrafo, soy yo el especialista. La cultura no es otra cosa que símbolos –lingüísticos, visuales o imaginarios-. Y el problema es: ¿cómo los interpretamos? Mi interés está más allá de la interpretación: en la evocación. Una imagen, al disponer de pocos elementos explícitos –en esto estoy de acuerdo con Jacques- no puede querer decir una sola cosa. Su interpretación depende del contexto en que se sitúe, efectivamente. Pero, ¿Qué evoca en el que mira? ¿Cómo se inter-relaciona con la fotografía?

Bakhtin.- Creo que das en el clavo, Stephen. Muchos antropólogos y psicólogos sociales y culturales están haciendo suyas mis ideas –como semiólogo y analista literario- en torno a la poliglosia. Contestaría tu pregunta diciendo que cada uno se relaciona de una forma diferente, poliglótica. Cada interacción humana significa –evoca, si quieres- una cosa diferente.

Seguí.- Bien, tras esta breve toma de posiciones, ahí va la fotografía en cuestión,

Foucault.- La relación de poder es evidente…

Derrida.- …sí, basada en la diffarance

Foucault.- Déjame continuar, querido colega. Es demasiado evidente. La diferencia entre los actores –los blancos y los negros; los europeos y los nativos- es clara. Y hablo de la diferencia física, Jacques, más que de tu concepto de diffarance simbólico-temporal. Y es precisamente esa evidencia la que me hace dudar de la corrección en la interpretación del mensaje visual. En términos de poder, ¿quién es aquí el dominador y quién el dominado?

Barthes.- Sí, demasiado evidente.

Tyler.- Quizá las diferencias culturales entre los dos personajes europeos y los nativos son tan grandes que no nos es posible comparar. Sus taxonomías se sitúan a diferentes niveles.

Bakhtin.- Lo que enlaza con mi propuesta de la poliglosia… Son dos discursos diferentes que se encuentran, ¿serán capaces de juntarse?

Foucault.- En realidad, nada nos dice que sean los europeos los que estén dominando en la relación de poder. De hecho, no llevan armas; los nativos sí. Quizá la fotografía nos está contando la historia de un asesinato, del ejercicio final de la dominación. Si los nativos deciden atacar a los europeos, difícilmente van a poder defenderse con champagne, velas y frutas…

Seguí.- Claro, aquí estamos estableciendo –al menos, y con permiso de Mikhail- interacciones entre tres tipos de grupos sociales: los nativos, los europeos y nosotros mismos. Me parece interesante y original –problematizadora- tu propuesta, Michel. Sí, nuestra manía etnocentrista nos lleva al extremo opuesto. Quizá los nativos no se sientan dominados por la ética y la estética de los actores blancos (de piel y de ropa). Quizás en ese momento estén pensando: “están tontos; ese no es el tipo de ropa ni los apeos más adecuados para un picnic en la sabana…”. Quizá se están preguntando: “¿qué hacen los europeos aquí, aparte de, seguramente, el ridículo?”.

Derrida.- Sí, Josep, pero ahora mira la fotografía como europeo (que, por cierto, es lo que eres). El centro de atención no está en los nativos, ni en sus ropas y lanzas; ni en la sabana. Está en el discurso blanco que, por cierto, me recuerda a mis comentarios sobre el más allá de los márgenes blancos del texto filosófico. Aprecio tu interés por situar el centro en lo nativo, por el exotismo de la gente de la sabana. Pero ¿qué esconde la blancura, la pulcritud de lo occidental?

Barthes.- Bueno, Jacques, hay algo, en mi opinión, que no puede escapar a nuestro análisis: la simbología sexual. Los nativos no parecen estar preparando ninguna relación erótica. Sin embargo, los blancos están a punto para algo más que para un picnic… especialmente ella: la abertura de la falda, los hombros descubiertos… Cuando preparé el prefacio para el cómic Historie d’O de Guido Crepax puse en evidencia que el erotismo, incluso la pornografía, son un acto de comunicación extrema. El auténtico órgano erótico de O es la oreja. En el sexo todo es escucha. El posible picnic sexual no requiere de interpretaciones –ni mucho menos de las propias de la vulgata psicoanalítica-, sino que es sólo eso: dos humanos que se hablan y escuchan, exactamente igual que estamos haciendo con esta imagen.

Bakhtin.- El monólogo es imposible. Las palabras y las imágenes no pertenecen a nadie, ni a los nativos, ni a los blancos, ni a nosotros. Se crean en el momento. Y desaparecen para reaparecer en otro momento, en otras circunstancias. Esta misma fotografía no existía hace unos minutos cuando nadie la estaba mirando. Ahora está ahí. Pero dentro de un rato ya no será la misma porque su significado habrá cambiado. Ya lo ha hecho desde que Michel ha hablado de las relaciones de poder implícitas en ella. Nuestro diálogo –también el de la imagen- es multidireccional y por eso poliglótico. Los signos visuales forman parte indisoluble del carnaval dialógico constructor de realidades. Dices, querido Roland, que el picnic erótico al final es sólo eso: dos humanos que se hablan y escuchan. ¡Y eso es mucho! Los símbolos de la fotografía tienen significados diferentes según quien los re-construya…

Barthes.- … sí, eso es la polisemia, que se institucionaliza a través de un contrato colectivo semiótico. En algo estamos de acuerdo: todos vemos las lanzas, las ropas de los nativos, las de los europeos. Hay dos institucionalizaciones del símbolo. No hay ninguna lógica natural que imponga una forma de institución a la otra mientras se mantengan en el nivel puramente simbólico, o sea mítico. Pero, cuando los símbolos se desmitifican en las prácticas cotidianas, se politizan, imponiendo su valor…

Foucault.- … valor de poder. Los símbolos ahora políticos facilitan a los individuos tecnologías que representan diferentes matrices de razón práctica que les permiten actuar sobre la producción de significados, la manipulación, los signos, el poder y el sometimiento, y el yo. Política en estado práctico. Manipulación. Dominación. Quizá ahora ya no importan las lanzas; ya no es práctico suponer cómo será la historia; sino cómo fue. Ahora se hace patente la necesidad de hacer una arqueología lo más extensa posible sobre cómo se llegó a preparar el escenario simbólico que nos lleva directamente a lo político…

Derrida.- …lo político como manifestación de lo institucional, de lo evidente. La hibridación entre lo político y lo mítico construye el gran monstruo social de la opresión. El mito es lo imaginario; la política lo normativo. Son dos organismos que se yuxtaponen normalizando lo que no tiene sentido, como en la fotografía. Vista en el contexto de la revista Hola! todo es normal. Si la desnudamos, si la despojamos de su argumento narrativo, de las intenciones del autor, queda patente la diffarance, todo lo que estáis comentando acerca del poder, el sexo, la dominación, la poliglosia… Todo lo que nos conduce a un mundo de significados que no nos paramos a explorar en nuestros contactos diarios con miles de imágenes (y de palabras) absolutamente integradas en nuestra cotidianeidad como ser.

Seguí.- Bueno, estoy un poco anonadado. La verdad es que no esperaba que las cosas fueran por estos caminos. No sé, quizá pensaba que nos centraríamos más en cuestiones en torno a la globalización cultural, el africanismo…

Foucault.- ¡Protesto! No otra cosa estamos haciendo al hablar de lo mítico cuando su poder se impone políticamente…

Seguí.- Sí, seguramente tienes razón. Stephen, estás muy callado. Quizá tu punto de vista de etnógrafo afine más esas cuestiones a que me refiero, a pesar de la protesta de Michel…

Stephen.- Ya … y tengo mucho que decir. La cuestión es que ninguna cultura ha mostrado nunca su superioridad sobre otra, excepto imponiéndola por las armas (o la economía). Estoy de acuerdo con esa distinción entre lo mítico propio de las culturas y su degradación en lo institucional cuando, por simple contacto, la diferencia ha de imponerse. Quizás es la dominación de la diferencia, Michel. Pero los discursos irreflexivos sobre la globalización o el enfrentamiento entre culturas son peligrosos. Si –con todo nuestro mejor ánimo- nos despojamos de los propios mitos podemos perder esa capacidad cognitiva de apreciar y usar los instrumentos psicológico-culturales que tenemos a nuestra disposición. De mis años de antropólogo en la India y editor de American Anthropologist os podría contar multitud de situaciones en que nuestro imaginario colectivo no tendría ningún sentido. Y viceversa. En aquellos años comparé las taxonomías de la vida cotidiana de diferentes grupos culturales indígenas. Imposible encontrar nexos de unión. Cada cultura tiene su forma peculiar –y seguramente intransferible- de modificar el mundo, de construir sus mitos, de hacer su política. Sí que tenemos cosas en común: el uso de símbolos visuales y sonoros; el saber que las cosas funcionan. Pero ese saber se dificulta cuando intentamos averiguar cómo funcionan. Conforme intentamos aunar el saber que con el saber cómo acerca del otro nos alejamos de su comprensión, en tanto que estamos institucionalizando algo que no es institucionalizable. Lo politizamos, lo dominamos. El pensamiento institucional –racional- propio de los occidentales es enemigo del experimental, del explorativo, del creativo. Por eso me gusta más la evocación etnográfica como experimentación, exploración y –sobre todo- creación. Es imposible –además de una indignidad- hablar en nombre de otros. Un antropólogo habla de sí mismo; un fotógrafo también. Sí, me refiero al sí mismo multi-identitario de la postmodernidad, tranquilos. Pero lo que quiero decir es que nunca habla del otro, ni en nombre del otro. La representación del otro es una falacia. Tomé prestadas de Clifford Geertz –con quien, como sabéis, estuve intelectualmente enfrentado hace unas décadas- sus reflexiones sobre la escritura etnográfica. Ni esta –ni la fotografía, ni el vídeo- pueden hacer otra cosa que dar de fe de que el antropólogo estuvo allí. Poco más…

Seguí.- … y poco menos, maestro Stephen! Por cierto, invité a Clifford a esta reunión, pero no ha podido venir pues le coincidía con una conferencia. Bueno, el tiempo va apremiando. Desde luego, han aparecido aquí ideas más que llamativas sobre lo que una simple fotografía puede llegar a decir. Me gustaría invitar a uno de vosotros a cerrar la sesión. No sé, ¿quizá tú, Roland? Al fin y al cabo eres el que más te has ocupado a lo largo de tu trabajo de la semiótica de la imagen.

Barthes.- Pues gracias por esta oportunidad. Todo el lenguaje –también el visual- es un metalenguaje en el sentido de significado de segundo sistema, el que no tiene connotaciones empíricas; y precisa de su análisis a través de los códigos de primer sistema para hacerse explícito. Voy a resumirlos,

El código hermenéutico, que tiene que ver con los enigmas de la narración y cómo se van desvelando gradualmente. Esos enigmas se hacen patentes a través de la interpretación de los símbolos: la abertura de la falda de la mujer evoca (Stephen) un significado sexual; las lanzas de los nativos (Michel) una posible agresión/dominación.

El sémico es el que crea personajes y ambientes, digamos, estereotipados, por ejemplo, la masculinidad y la feminidad o, en este caso, la “africanidad” o “europeidad” de los personajes. Y los estereotipos son, seguramente, asunciones simbólicas del poder (Michel) institucional/cultural. Quizá son los estereotipos los que están muchas veces más allá de lo normal social, de la hibridación (Jacques) entre el mito y lo institucional.

El simbólico se basa en las asociaciones clásicas que conducen el hilo de la narración. Asociaciones culturales (Stephen) con sistemas de significación que construyen la base de la vida social. No nos sorprende que la pareja esté de picnic; lo que nos llama la atención es el contexto; eso es lo que nos hace preguntarnos por su simbología.

El código cultural se refiere fundamentalmente a las características psicosociológicas comunes de los personajes. La identidad cultural de los protagonistas de la historia, historia que se construye en una multitud de niveles (Mikhail, Stephen) poliglóticos.

El proairético construye las tramas o argumentos de la historia. Si en todos los demás nosotros hemos estado presentes, aquí nos hacemos patentes en cuanto que los científicos sociales somos auténticos co-constructores de las tramas y argumentos de la historia…

La conversación fue mucho más larga; horas y horas. Pero he querido resumir aquí parte de lo que se dijo. Espero que haya sido del agrado y el interés de las lectoras y lectores. Desde luego, una simple fotografía da mucho de sí…

Josep

2 comentarios:

  1. Anónimo6/4/08 20:34

    Antes solíamos decir: "Una imagen vale más que mil palabras". Ahora necesitamos mil palabras para explicar una imagen.
    Un saludo,
    Gabriela.
    www.blogtaller.com/psicologia

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  2. Sí Gabriela... eso era antes. Bueno, yo nunca me he creído esa famosa frase. Y menos desde que empecé a leer hace ya algunos años al semiólogo Roland Barthes. Todas las imágenes tienen su contexto y precisamos situarlas si queremos interpretarlas. O explicarlas, como tú dices.

    Otra cosa es que nos quedemos en el nivel emocional, sin interpretación, sin semilogía posible. Però creo que la emoción no es posible sin interpretación. De hecho creo que pasamos una gran parte de nuestras vidas intentando explicar nuestras emociones. Y quizá su ensencia-la de las emociones- esté precisamente ahí, en el proceso de explicación/interpretación, en el nivel simiótico; no en ellas mismas.

    Y otra cosa puede tener que ver con el segundo párrafo que reproduzco en mi último post. Quizá no sea cuestión de imágen ni de explicación o interpretación. Quizá tampoco de emoción. Es posible que sea cosa de trazos, esbozos, lenguaje perticular... singularidades...

    Muchas gracias por tu participación y seguiremos tu blog, sin ninguna duda!

    Josep

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Calambur citado en Toulmin, Stephen (1990), Cosmópolis. Els transfondo de la modernidad. Barcelona: Península. Pág. 207.

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