Es
probable que esta reflexión ya la haya hecho alguien antes. Quizás no deje de
ser más que una reiteración de lo dicho (y lo todavía no dicho). Sin embargo,
llevo días preguntándome qué pasaría si entendiéramos el trauma como historia;
historia en minúscula, historia viva, efímera.
Cuando
te planteas la vida desde una óptima postmoderna, todo lo que te rodea entra,
casi siempre, en un proceso reflexivo, es decir, en una constante intención de cuestionar, en especial, todo aquello que se da
por sentado para así encontrar otro tipo de relatos que se sumen a lo que ya
conocemos (y creemos conocer).
A
pesar de lo abiertamente clara que es la crítica hacia los enfoques
psicodinámicos desde la psicología más "cientificista", la idea de
trauma sigue perdurando. Si bien probablemente no tenga el mismo significado,
sí es posible que mantenga el mismo sentido: "ha pasado algo en tu vida
que tienes que superar para seguir avanzando". Pero, me pregunto: ¿avanzar
hacia dónde?
Es
aquí cuando me llega el recuerdo de algo que aprendí de mis mentoras mexicanas
cuando cursé la Certificación Internacional en Prácticas Colaborativas y
Dialógicas (http://www.umansenred.com/#!cipc/c8h3): la concepción no lineal que
le asignan los Mayas al tiempo en nuestra dimensión física. Me resulta curioso
saber que el futuro para ellos es algo que se coloca a sus espaldas, tras su
nuca, ya que no se ven capaces de saber lo que pasará; y el pasado, por
contraposición, aparece delante de sus ojos, pues es algo que pueden visualizar
porque ya saben que ha sucedido (Chaveste y Molina, 2013). ¿Qué pasaría, entonces, si el trauma fuera algo que
pudiéramos ver?
En una concepción occidentalizada, parece ser que el pasado lo
llevamos a nuestras espaldas, cargamos con él. El trauma se convierte, tal vez,
en algo apelmazado, situado e inmóvil; en resumidas cuentas, es cosificado
(guiño a Javier Centol). Si lo giráramos y lo pusiéramos delante de nosotros,
si lo pudiéramos ver, quizás nos daríamos cuenta de que no para de modificarse,
de transformarse; de que, simplemente, es historia. Y la historia es narrada,
pero también renarrable, deconstruible, construible, vivaz,
efímera... Incluso, al querer dar otro pasito, podemos decir además, que la
historia puede ser CO-construible, CO-narrada, CO-relacionada…
Precisamente, es ahí uno de los lugares donde las Prácticas
Colaborativas y Dialógicas suelen moverse: el de transitar por los significados
de las historias de vida de las personas para ponerlos frente a nosotros y,
juntos, indagar sobre ellos para encontrar posibilidades que nos permitan co-construir
nuevas narraciones con aspectos que antes no podíamos ver por llevar el pasado
atado a nuestras espaldas.
Llegados, pues, a este punto, solo me queda hacerme y hacerle al
lector, la misma pregunta con la que empezaba a escribir: ¿qué pasaría si el
trauma adquiriera también el significado de historia? ¿Qué repercusiones
tendría? ¿Qué posibilidades nos abriría?
¡Hasta pronto!
Fuentes:
Chaveste, R. y Molina, M.L. (2013). Hablando de Cangrejos y
Estrellas de mar: Conocimientos Ancestrales y Prácticas Colaborativas. International Journal of Collaborative
Practice 4(1), 22-26.
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