Si con el experimento de la doble
rendija en la física cuántica, las ondas dejaron de actuar como ondas para hacerlo
como materia cuando se quiso observar lo que pasaba, ¿por qué iba a ser
distinto para la neurociencia? Es decir, ¿qué es lo que nos hace pensar que
cuanto más sofisticados sean los aparatos que dicen poder medir y mostrar la
complejidad cerebral, más nos acercamos a poder afirmar con rotundidad su
funcionamiento? Me pregunto en qué momento se olvidó el principio de
incertidumbre de Heisenberg; ¿dónde quedó aquello de que el efecto del
observador altera el sistema observado…? ¿Qué pasaría si, cuanto más nos acercamos
a poder “descubrir” las maravillas que entraña nuestro cerebro, dejáramos por
el camino otras cosas que podrían ser también interesantes? Esto es, ¿qué
pasaría si al acercarnos tanto a conocer el funcionamiento de una neurona, un
determinado neurotransmisor, una parte de nuestro cerebro, nos alejemos a su
vez y cada vez más de, por ejemplo, lo social, lo relacional…? ¿Es posible
concluir fehacientemente que una acumulación de neurotransmisores en una parte
concreta del cerebro puede explicar que actuemos de una manera determinada? Al
bajar a un nivel tan micro, ¿qué nos lleva a concluir a nivel macro?, ¿el todo
es la suma de las partes?, ¿es el mapa el territorio?
Declaro aquí que, a lo largo de mi período de formación en psicología, me encantó estudiar la neuropsicología sobre todo en su vertiente más teórica. La estudié con mucha curiosidad y entusiasmo en mis años de carrera, pero descubrí que la práctica distaba mucho de ser algo que también me interesara: protocolos de pruebas que duraban horas, máquinas costosas tanto en su entendimiento como en su funcionamiento y funcionalidad… ¿En qué lugar quedaban las relaciones…? No es de extrañar, por lo tanto, –al menos para mí– que haga esta clase de reflexiones con sabores críticos. No obstante, comparto un vital acuerdo al que se ha llegado en esta disciplina y que parece que han podido obviar por tratarse de un consenso casi generalizado: la plasticidad cerebral.
Declaro aquí que, a lo largo de mi período de formación en psicología, me encantó estudiar la neuropsicología sobre todo en su vertiente más teórica. La estudié con mucha curiosidad y entusiasmo en mis años de carrera, pero descubrí que la práctica distaba mucho de ser algo que también me interesara: protocolos de pruebas que duraban horas, máquinas costosas tanto en su entendimiento como en su funcionamiento y funcionalidad… ¿En qué lugar quedaban las relaciones…? No es de extrañar, por lo tanto, –al menos para mí– que haga esta clase de reflexiones con sabores críticos. No obstante, comparto un vital acuerdo al que se ha llegado en esta disciplina y que parece que han podido obviar por tratarse de un consenso casi generalizado: la plasticidad cerebral.
En mi modesta opinión, tal hecho es lo más postmodernista que hasta ahora han llegado a reconocer en una rama de la
ciencia tan positivista, aunque no creo que se hayan percatado aún de ello. Parece
ser que la plasticidad es la cualidad por la que el cerebro se adapta, es
decir, que permanece en constante movimiento, en constante transformación; que se
mantiene, por tanto, a merced de la vivencia relacional de los individuos que
lo poseemos y de las construcciones que hagamos en ella; y, que, por ende, la actividad
cerebral se relativiza y se localiza en el entramado social de las acciones
coordinadas que llevamos a cabo en nuestro mundo y que dan pie a nuestras narrativas
de vida.
Con aspectos de este tipo, mi diálogo
interno me lleva a reflexionar sobre que nuestro cerebro parece estar más en
consonancia con la multiplicidad que con la unilateralidad. Quiero decir que,
quizás, esté más preparado para la diversificación que para su generalización,
o lo que es lo mismo, para adaptarse a cada historia de vida; hace que me
pregunte sobre la utilidad única y predominante de los discursos que llevan a
la universalización del funcionamiento de éste; hace que me cuestione si pueden
funcionar de igual manera dos o más masas encefálicas con diferentes narrativas
que han ido y seguirán transformándose conforme pase el tiempo.
Pues eso.
Y la mente no es el cerebro.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Javier.
EliminarExcelente entrada josep !! personalmente estoy mas cercano a la psicologia compleja desde modelos en los cuales este problema es abordado de distintas formas como por ejemplo en la eco- eto antropologia vincular de Jacques miermont se define como " la articulación de disciplinas que conciben al hombre como resultante de la evolución biológica y cultural, pues si bien el ser
ResponderEliminarhumano está en parte determinado por procesos evolutivos, también en parte él los
determina, en su papel simultáneo de observador, actor y gestor... Eco, se refiere a “oikos”, ambiente, cosmos y hábitat y “ethos” a comportamientos biológicos con finalidad, desplegados como procedimientos complejos de autonomización en oikos específicos, donde se conjugan para la supervivencia procesos individuales y colectivos....La antropología del oikos y del ethos hace surgir las ideas, el pensamiento, la representación, la emoción, la reflexión y la mente, como fuentes de sentido, de modo que la postura eco-eto-antropológica reposa sobre la conjugación de esos regímenes heterogéneos –biológicos, evolutivos, psicológicos, sociales, históricos, políticos, etc.-
como dimensiones irreductibles, cada una con sus propias pautas de operación. Hernandez (2008)
Pero esque cuando no se sabe de física, se extrapola hasta el punto de escribir gilipolleces como estas. El observador no altera nada de eso, es efecto del a interacción de pro ejemplo el electrón aistaldo (cohernte) con los fotones que intervienen ne la observación, no es la consciencia la que colapsa la función de onda, es la interacción de la partícula con otras del ambiente, la que genera la decoherencia cuántica, no tienen da que ver con el observador como ser consciente y te recomiendo estudies bien el principio de incertidumbre, este tipo de extraplaciones son terribles
ResponderEliminar