AVISO: En este mini escrito hablo del sexo y procesos más o menos relacionados. Aunque use formas lingüísticas genéricas masculinas, femeninas o neutras, nunca me refiero a relaciones heterosexuales, homosexuales o diversosexuales. Me refiero, en líneas generales, a cuerpos socializados que se practican sexualmente. Otro día hablaremos de políticas. Sexuales e identitarias.

No entro aquí en absoluto en asuntos psicoanalíticos ni bioquímicos. En los primeros porque no me los creo, además de que no entiendo nada de lo que dicen. En los segundos, mira tú, por lo mismo. Si durante una relación sexual una/o tiene que estar pendiente de Freud o de la Oxitocina, entonces eso no es una relación sexual.

Entro, simplemente, en asuntos que tienen que ver con dos –o más- cuerpos que se estrechan y se calientan y humedecen juntos. Que se sorben y absorben sin más y sin menos. Y no entro, por supuesto, en decir o enseñar a nadie lo que tiene que hacer. Que nadie espere en este ensayo una especie de “Manual para mantener unas relaciones sexuales sanas con tu pareja y alcanzar orgasmos satisfactorios”. Ni de lejos, vamos.

Entro en una psicología sociocorporal de pasiones y relaciones en la que tiene una gran cabida el placer en todos sus sentidos. Una psicosociocorporalización -psicosocioespiritualización también si se quiere; y entiéndase como se quiera- en la que no hay reglas ni obligaciones ni libertades. En la que todo –o casi todo, vale va- se deja al azar del gusto así como propio, compartido. A la invención e inspiración del momento, cuanto más largo mejor. Una psicología pasional, entonces, del momento sin tiempo, del gusto por el gusto, del rozar las pieles, de las piernas entrelazadas, de las barriguitas friccionadas, del compartir fluidos porque sí, del salir de la rutina aún dejando una puerta ligeramente abierta a la melancolía porque es sabido que ese momento pasará.

Aunque, también, volver, volverá.

Hablo aquí de una psicología del sexo  mal entendido y malentendido alejado, insisto, de traumas infantiles y hormonas meganeurotransmitidas; o sea, alejado del sexo bien entendido. No hablo, si se me permite, de puntos g, penes o clítoris así, en un sentido científico o biológico o cosas por ese estilo que se dicen por ahí.

Hablo, si se tercia, de pasiones no reproductivas ni reproducidas ni reproducibles. Cuando lo hago, hablo de pasiones en su sentido literal, “f. Inclinación, preferencia o deseo muy ávidos por alguna persona” (WordReference). Si acaso, añado que por algunas personas. Incluso por algunas cosas; pero esto lo dejo para más adelante, por no liarla. Sí que destaco lo de "muy ávido". Me gusta eso...

Hay una psicosociología del orgasmo alejada del discurso médico y neurológico dominante. No, el sexo –ni el orgasmo, claro- no se da en, ni depende de, el cerebro. Desde el momento en que se despierta el deseo –si es que alguna vez duerme- se activa sencillamente la necesidad emocional por compartir al otro en nosotros mismos (esto lo he de cambiar que suena demasiado a Lacan), por re-corporalizar nuestra identidad en otro entorno – el de esos brazos, piernas, nalgas, dedos que te/se acarician a gusto- que nunca podrá ser tuyo, como no lo es tu identidad. El orgasmo parece ser la culminación de ese entorno, tal es su intensidad gustal. Pero no lo es. O no lo es sólo.

En algún momento nos hicieron creer que somos responsables del gusto del otro, que es nuestra culpa si no se corre bien corrido a pesar de nuestros esfuerzos. Ya parecían superadas culpabilizaciones religiosas sobre la masturbación, por ejemplo, que si lo hacíamos nos volveríamos locos y esos asuntos que decían. Pero el ansia de dominación sobre nuestros cuerpos no tiene límites. Y la mejor manera de dominar –pese a lo que se dice por ahí- no es el miedo, sino la culpa.

(Continuará...)