Al hilo de una amabilísima compartición de mi amiga Anaïs Froaone en el grupo de feisbuk “Hablemos de psicología”, http://www.infocop.es/view_article.asp?id=4568&cat=47, me viene al discurso un caso real y de primera mano.
Es esto que es un hombre
joven, de unos treinta años, que tiene terror a los espacios cerrados. Esto no
le imposibilita llevar una vida normal; pero no puede ir en avión, subir en
ascensor, viajar en metro y casos/cosas similares. Ha tenido algún que otro
episodio de desmayo, mareo y así en situaciones en que, por las circunstancias,
se ha sentido encerrado.
Consultando el DSM-IV el
diagnóstico es claro: F40.2 Fobia específica [300.29]. Atendiendo a los
magníficos criterios del sensacional
manual DSM, cito sólo el primero, que ya nos da una tremenda información sobre
el trastorno de este paciente (pág. 500): “A. Temor acusado y persistente que
es excesivo o irracional, desencadenado por la presencia o anticipación de un
objeto o situación específicos (p. ej., volar, precipicios, animales,
administración de inyecciones, visión de sangre).”
En esto estamos cuando el
sujeto en cuestión solicita ayuda terapéutica porque le gustaría abandonar esos
temores a lo cerrado. O que los temores le abandonen a él. Le gustaría no tener
que subir andando –aunque es muy sano- los seis pisos que le separan de la
calle a su casa (más cuando va con las bolsas de la compra) y le gustaría
también poder ir en avión para viajar a países exóticos y así, como hace la
gente normal.
Se le recomienda algo parecido
a la “exposición progresiva” cognitivo-conductual. Muy brevemente: “Te pones delante de un ascensor y piensas que
no pasa nada. Así dos o tres sesiones. Luego entras en el ascensor sin darle al
botón. Dos o tres veces. Más adelante serás capaz de viajar entre un piso y
otro. Sólo entre un piso y otro. Tres o cuatro sesiones. Después dos pisos,
tres, cuatro, seis, quince,…. En pocas sesiones (unas veinte más o menos) –y
por poco dinero; unos 60 euros la sesión- serás capaz de hacer todo eso que
deseas hacer”.
Nuestro sujeto falla. Es
un paciente difícil. Ya en la primera sesión abandona, no creyendo que esa
metodología le sea de utilidad, a pesar de que su intención de curarse es
potente. Consultado por el motivo de su renuncia a seguir con la terapia de
exposición manifiesta que se ha sentido muy mal; que incluso tiene más miedo a
los ascensores (y a los aviones, y a los metros,…) que antes.
Pasa el tiempo. El
enfermo sigue sin usar todas esas maravillas transportacionales y
situacionales.
Un día, casi sin venir a
cuento, alguien –psicólogo, por cierto- le dice que lo que le pasa es normal,
que no está enfermo aunque no haga exactamente casi todo lo que casi todos
hacen. Es normal tener miedo a subir en avión, a volar –cosa nada natural para
los humanos-. Es normal sentirse mal en un espacio tan cerrado y oscuro (por
mucho espejito que pongan) como un ascensor. Es normal tener miedo a viajar en
un espacio tan cutre como el metro. “No te pasa nada raro”, le dice este otro
psicólogo. Y conversan sobre los lugares a los que a nuestro enfermo le gustaría
viajar, sobre las cosas tan bonitas que hay por esos mundos. Hablan sobre lo
fenomenal que es subir escaleras y lo bonitos que son los espacios abiertos.
También sobre cuanta gente interesante y diversa puede una/o encontrar/ver en
el metro.
Otro día alguien
–psicóloga también, curiosamente- invita a nuestro enfermo a subir en un
ascensor. No le obliga, simplemente le acompaña y le abraza.
Hoy este sujeto
tremendamente enfermo (recordar el DSM) sube en avión y en ascensores y en
metros. No le gusta. Pero sube. Viaja a lugares exóticos y a otros no tanto.
Anda y va en bici para hacer ejercicio. Y sube escaleras cuando le da la gana,
no para hacer ejercicio. Y sube en ascensor cuando está cansado y no le da la
gana subir escaleras. Va en metro y mira a la gente y conversa con ellos si es
menester.
No se ha “curado”. Pero
siempre recuerda con una sonrisa y con mucho cariño a aquel psicólogo que le
dijo que era normal tener miedo y a aquélla psicóloga que le acompañó en su
primera aventura en ascensor.
Hola diálogo y compañía…
Prácticas colaborativas y narrativas… Construcción social y relacional…
Adiós DSM. Adiós exposición
progresiva cognitivo-conductual. Adiós –ni que decir tiene; que de eso no hemos
hablado aquí; pero hablaremos si queréis- psicodinámicas de pacotilla…
¡Qué historia tan enriquecedora!
ResponderEliminarMe hace recordar las épocas en la universidad. La clase de Psicopatología donde nos daban a entender que nos preparaban para ser unos "dioses" del comportamiento humano. La desencibilización sistemática...¡cómo olvidarlo! los procedimientos conductuales, técnicas de relajación, en fin... recuerdos que dan a entender que estas técnicas ni son malas ni son buenas, son otra forma más de conocimiento. Sin embargo, hubiese sido mejor que dicha terapia tuviese en cuenta lo que las personas pensamos, ya que también tienen igualdad de importancia y no se pretende subyugar o minimizar.
Tengo muchas preguntas respecto a la reflexión. Me gustaría saber qué pensó la persona que fue asistida por el profesional en cuanto al abrazo: ¿Qué sentimientos expresó? ¿Que recuerdos o que significa el hecho de que un abrazo haya sido el que le diera entender que tenía posiblemente a una persona que lo apoyaba en su lucha difícil, pero constante de enfrentarse con el ascensor? ¿qué piensa esa persona del profesional que lo asistió? ¿le hizo recordar a alguien especial? en fin.. muchos cuestionamientos que sería bueno seguir debatiendo.
También agradezco que hayan espacios como éstos donde se pueda comunicar y a su vez aprender bastante. Muchas Gracias
Pero bueno! eso es realmente la verdadera exposición progresiva cognitivo-conductual! Se expone, progresa, desde la mente y su comportamiento...(lo se, estigmatizaban, se olvidaron del vinculo, de la zdp, de la "normalizacion"...)
ResponderEliminarAy con los palabros!
Gracias por la aclaración, Javier!!! :))))))
ResponderEliminarSí, Ricardo, muchas gracias a tí también. La simbología del abrazo tiene que ver con el acompañamiento. El "hombre que tenía miedo" se sintió acompañado a través de aquel abrazo. La exposición progresiva había sido prácticamente en soledad, ya que el terapeuta no se implicó en el proceso; sólo decía lo que tenía que hacer. Mediante este acompañamiento, sin ambargo, el profesional no da órdenes ni instrucciones; su misión es acompañar y facilitar procesos sin decir a nadie lo que tiene que hacer o no.
No, no creemos que le recordara a alguien en especial. El proceso se vive con naturalidad, sin realizar análisis excesivamente complicados.
Explicaremos más casos...
¡Saludos!!!
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Eliminarla cuestión no es si crean o no lo crean. Pienso que es más importante escuchar y comprender lo que piensa la persona. Las preguntas que yo expuse tienen esa intención: el de poder explorar lo que refiere el "hombre que tenía miedo" Es más, el hecho de realizar esas preguntas son signos de una curiosidad que posiblemente comprenda la persona, invitándola a que narre su nueva experiencia. El reto que tuvo ese hombre debe ser para la persona quien lo asistió como algo tan importante, de ahí a que al realizar las preguntas puede consolidar las nuevas relaciones que tanto el "hombre que tenía miedo" y el terapeuta construyeron.
ResponderEliminarMuy importante, incluso con las recetas que dicen que hay que ser comprensivo!... A veces ser comprensivo significa decir: No comprendo. A veces la comprensión a través de las preguntas inundan a la persona....
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