Soy consciente de que con este
título me estoy metiendo, tal vez, en un lío descomunal. ¿Quién se atreve a
desafiar a tal vocablo y su significado? Posiblemente estemos hablando de una
de las “vacas sagradas” de gran parte de las posturas políticas existentes, y
quién dice políticas, también dice psicológicas.
Palabras como normalidad,
equidad, ecuanimidad, homogeneidad, etc., inundan nuestra vida constantemente.
Nos las repiten en los medios de comunicación, en varias líneas de
investigación psicológica, en los discursos políticos, pero, ¿con qué
propósito? Bueno, imagino que serán de lo más variopintos, aunque quizás todos
contribuyan a un simple hecho: la globalización, venga de donde venga.
No me resulta extraño encontrar
ejemplos de polos opuestos enfrentados por el devenir de la igualdad. Cada uno
intentando imponer su visión y haciendo uso de su poder para potenciar
prácticas que contribuyan a globalizar de una única manera posible (la que cada
uno crea oportuna). Me pregunto qué voces se silencian cuando esto se da…
Y es que creo que, sencillamente,
no somos iguales y no lo seremos. Puedo ser hombre, puedo tener el mismo nombre
que mi padre, puedo tener la misma nacionalidad que una persona que vive en
Valencia siendo yo canario, puedo ser psicólogo como cualquier otro de mis
colegas en el mundo; parece ser que, además, soy un ser humano como otro que se
encuentra ahora mismo en Japón (o eso dicen). Y aún así, me repito, no somos
iguales, por mucho que algunos se empeñen en buscar incesantemente lo común. Y
es que lo que me hace diferente de esas personas y a ellas de mí, no es más que
la historia; sí, nuestras propias historias.
Lo que vivimos, o más bien, lo
que dialogamos y lo que construimos con las personas en los diferentes entornos
sociales que transcurren en nuestras vidas, es lo que nos hace que
“desaturemos” al “Yo”, aprovisionándolo de multiplicidad, heterogeneidad y complejidad… En definitiva, lo que me convierte en diferente a ti, lector y
lectora, es aquello que me provee de la capacidad para poder transformarme contigo (y
tú conmigo).
Es más, y ya que me meto en
terrenos resbaladizos, me embarro del todo: tal vez, ni siquiera, tenemos ni tendremos
igualdad de oportunidades, de condiciones. Y quizás pueda ser porque no es
costumbre aprovechar los momentos conversacionales que nos generan
contradicciones a nosotros mismos y nosotras mismas para construir algo nuevo,
para aprender, para “hablar para escuchar”; sino, más bien, para imponer nuestros puntos
de vista sobre los otros, para ejercer poder y por ende, para generar
desigualdad.
Resulta paradójico: la igualdad
como práctica de desigualdad, como práctica opresora…
Toca seguir pensando…
Los que dicen que somos iguales nunca ha estado en un vestidor de hombres...Fuera de bromas, ¡Vive la diferance! (o como se escriba).
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